Más de 80 mil personas han visitado la exposición Fernando Botero: Una celebración

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Este 19 de abril, el mundo celebra el cumpleaños número 80 del artista
plástico latinoamericano más reconocido y cotizado de nuestros tiempos:
Fernando Botero, quien con su particular estilo de volumen figurativo
con siluetas desmesuradas y sensuales, ha logrado que personas de
distintas generaciones y continentes reconozcan su obra ya
inconfundible.
En México, el festejo comenzó desde el pasado 30 de marzo con la
inauguración de la muestra Fernando Botero: Una celebración que con 177
piezas, entre pintura, dibujo y escultura, exhibidas en la explanada y
al interior del Palacio de Bellas Artes es una de las exposiciones más
completas a nivel internacional sobre la obra del pintor colombiano.
Y es que la curiosidad y el interés por apreciar su producción
artística de los últimos 65 años ha hecho que hasta el momento más de
80 mil personas visitado el recinto de mármol, desatando un fenómeno
que podría describirse como Boteromanía.
¿Por qué mi padre no podía pintar flaco?, se preguntaba desde niña su
hija Lina Botero, quien fungió como curadora de la muestra. Quizá la
respuesta está en una frase dicha por el pintor a propósito de una
exhibición en la Marlborough Gallery de Nueva York en 1972:
“Mi problema formal es crear sensualidad a través de las formas…
engordo a mis personajes para darles sensualidad. No estoy interesado
en los gordos por los gordos”.
En textos incluidos en el catálogo de Fernando Botero: Una celebración,
coeditado por la Fundación Mary Street Jenkins y el INBA/Conaculta, la
propia Lina Botero y el ganador del Premio Nobel de Literatura 2010,
Mario Vargas Llosa, explican que fue México el país que tuvo una
influencia determinante en sus años de formación y que vio nacer su
estilo en 1956 cuando, en un parque del Distrito Federal, Botero (de
entonces 24 años) dibujó una mandolina alterando sus proporciones.
“Como todas las leyendas, ésta debe tener algo de cierto —escribe
Vargas Llosa en el escrito titulado La suntuosa abundancia—, en todo
caso, la primera vez que aparecen en sus telas de manera sistemática
personajes de cuerpos inflados es en la exposición de la Unión
Panamericana de Washington en la que exhibe 34 cuadros pintados en el
año que pasó en México y entre ellos, ese hito, Naturaleza muerta con
mandolina”.
Y agrega más adelante: “Su atractivo y su fuerza derivan de su rico
cromatismo y su destreza técnica. Pero eso no significa que los temas
sean en él prescindibles, meros pretextos. Aunque valgan, ante todo,
por su esplendidez pictórica, son parte irremplazable de la
originalidad del artista: suscitan en nosotros ideas y sueños; nos
ayudan a situarnos en el mundo en que vivimos”.
Ante la interrogante del periodista, poeta y diplomático, Juan Gustavo
Cobo Borda sobre la reacción del público ante su obra, Botero asegura:
“He expuesto desde Japón hasta Argentina y el público es sensible a los
elementos que constituyen la pintura: el color, la composición, el
dibujo, el tema, así como son sensibles a la armonía en la música”.
Mientras, en la Ciudad de México, cientos de transeúntes aprovechan su
paso por la explanada del Palacio de Bellas Artes para tomarse una foto
al lado de las esculturas monumentales Mujer reclinada o Mujer sentada,
o incluso, para imitar las posiciones de estos personajes.
“Las mujeres de Botero no son gordas, son espacio. No son glotonas de
dulces y pasteles. Tienen hambre de espacio”, escribe el escritor
Carlos Fuentes en el texto titulado Mujeres, también incluido en dicho
catálogo.
Fuertemente criticado en la década de los sesenta por su propuesta
basada en una estética figurativa en una época en la que la tendencia
era el expresionismo abstracto, en la actualidad, el mercado del arte
lo ubica como el artista latinoamericano vivo mejor cotizado, al romper
dos topes máximos de venta en subasta: Los músicos, cuadro por el que
se pagó 2.03 millones de dólares, y Bailarines, escultura vendida en
1.76 millones de dólares.
Sin embargo, más allá de su popularidad y éxito comercial, es “su
voluntad de mantenerse fiel a sus convicciones artísticas, sin
importarle lo que piensen los demás”, dice Lina Botero, lo que lo ha
caracterizado a su padre.
“Amo la paleta, la pintura, los colores, los pinceles y el olor a
trementina. Hago mis obras con mi propias manos. No saben los artistas
de hoy en día de lo que se pierden”, dijo el pintor nacido en Medellín,
Colombia, en 1932, durante la inauguración de una exposición en el
Kunstforum de Viena.
La exposición Fernando Botero. Una celebración continuará en el Museo
del Palacio de Bellas Artes hasta el 17 de junio, mientras que el
catálogo, coeditado por la Fundación Mary Street Jenkins y el
INBA/Conaculta, ya se encuentra a la venta en la tienda del Palacio de
Bellas Artes.