Rosa María Dávila Partida.-
Todos los mexicanos bien nacidos con un mínimo de formación cívica recordamos con respeto y profundo cariño la lucha que se inició en la madrugada del 16 de septiembre de 1810 con el Grito de Independencia y en cada aniversario repasamos sus lecciones fundamentales porque rigen nuestro presente y nuestro futuro.
La primera lección que me interesa tengamos todos muy presentes en nuestro pensamiento y en lo más hondo del corazón, es el ansia de libertad y justicia que demostraron todos los que respondieron al grito de Hidalgo de: viva América y muera el mal gobierno. Confirman los historiadores más serios que en el pequeño curato de Dolores no pasaron de 100 los que oyeron a Miguel Hidalgo y siguieron su ejemplo, pero la noticia de que un grupo de valientes buscaba hacer justicia y acabar con el mal gobierno corrió como reguero de pólvora, en cuestión de horas miles y miles formaron en las filas del ejército insurgente. Con sus machetes y azadones, con palos, con lo que pudieron y tuvieron a la mano, porque lo importante era unirse a la cruzada justiciera. Dicen las fuentes más rigurosas que cada hora se sumaban cientos y cientos, de modo que en sólo seis días, del 16 al 21 de septiembre, Hidalgo y Allende ya comandaban 80 mil almas, y cuando llegaron a la ciudad de Celaya nadie se les opuso, así de tremenda y arrolladora era la fuerza de los que clamaban justicia. Y siguieron creciendo de modo que a las puertas de la ciudad de México ya sumaban 120 mil los insurrectos.
Verdaderamente se estuvo a punto de lograr una victoria fulgurante, si pensamos en las centenares de miles de capitalinos que se les hubieran sumado de haber seguido su marcha hacia el centro. Porque lo cierto fue que el gobierno del virrey estaba paralizado, consternado tanto por la velocidad con que habían crecido las filas de los insurrectos, como por la furia con la que guerreaban a pesar de estar prácticamente desarmados, los inconformes con el mal gobierno virreinal constituían un ejército invencible.
Pero faltó una dirección clara y enérgica que los condujera a la victoria que estaban a punto de alcanzar, las masas heroicas carecían de una vanguardia preparada y curtida en la lucha que los guiara con mano firme. Esta es la segunda gran lección que necesitamos asimilar intensamente. A partir de ahí vinieron diferencias, errores, desánimo, desbandadas que permitieron al ejercito realista reorganizarse y tomar la iniciativa. El final todos lo conocemos: nos independizamos de un gobierno extranjero y caímos bajo la tiranía de los criollos racistas, injustos y explotadores, es decir, otro mal gobierno.
Pero el mundo del régimen colonial ya no era el mismo al acercarse a la mitad del siglo XIX. Estados Unidos, con un pujante desarrollo capitalista, como potencia que recién emergía, aprovechó la debilidad de la clase dominante en México, que se la pasaba en interminables luchas intestinas y, por la fuerza de las armas, mediante la invasión, nos obligó a entregarle más de la mitad de nuestro territorio. De este modo perdimos lo poco de independencia que habíamos conquistado al zafarnos del yugo español. Desde entonces en apariencia somos libres, independientes, pero solo en apariencia, en la práctica somos una colonia donde los grandes capitales norteamericanos deciden todas las cuestiones trascendentes para la marcha del país. Naturalmente los económicamente poderosos en México, y los que gobiernan, para quienes ha resultado muy cómodo aliarse con Estados Unidos, nunca van a reconocer que ésta es la verdadera situación. Pero alguien tiene que decirle al pueblo la verdad, porque solo conociéndola podrá luchar con éxito: Estados Unidos desde esa época saquea nuestros recursos naturales y explota a millones de compatriotas por medio de sus grandes empresas.
Así queda demostrada la necesidad de la tercera gran lección de la guerra de independencia iniciada en 1810. López Obrador dice una gran mentira cuando afirma que no somos colonia de nadie, la triste verdad es que dependemos económica, científica, tecnológica y políticamente del gran capital norteamericano. En los años que corren los mexicanos bien nacidos necesitamos tener presente que la tarea es conquistar, usando las vías que sean necesarias, la verdadera y completa independencia de la nación, es decir, el derecho a tener un país próspero, desarrollado y justo con sus hijos.
La tarea pendiente es liberarnos del imperialismo norteamericano que ya tiene casi un siglo desatando guerras por doquier contra las naciones que no obedecen sus imposiciones y no se dejan saquear y explotar. La tarea parecía imposible a fines del siglo XX, luego del derrumbe del bloque socialista, pero ahora hay una buena noticia: decenas de países capitaneados por Rusia, China y los BRICS también combaten al imperialismo y libran diariamente importantes batallas, y las están ganando.
También es urgente que veamos con claridad que esa patria próspera e independiente que anhelamos no se conseguirá con discursos y buenas intenciones, para imponer respeto en el concierto de las naciones necesitamos desarrollar nuestra economía, debemos ser capaces de producir a buen precio más y mejores mercancías, para nosotros y para venderlas al mundo, y para ello urge crear millares de científicos altamente preparados, urge formar millares de brillantes inventores y descubridores. Por tanto, las batallas actuales por la verdadera independencia también las libramos todos los días en las aulas de las escuelas antorchistas, ahí es donde forjamos esos millares de científicos e inventores.
En conclusión, es una verdad irrefutable que el pueblo mexicano demostró en la guerra de Independencia sus ansias de libertad y de justicia y su deseo irrefrenable de luchar contra el mal gobierno y lo refrendó con un millón de mártires en la guerra revolucionaria de 1910; actualmente la tarea inmediata de conquistar la verdadera y auténtica independencia nacional también está clara y, con el debilitamiento del poderío imperialista, se ve cada día más factible lograrlo, por tanto lo que nos hace falta es construir la vanguardia que encabece la lucha y nos conduzca a la conquista del poder político, construir el partido político de los trabajadores.
A esa gloriosa tarea invita el Movimiento Antorchista a todos los presentes, que nadie falte a su compromiso con la patria que nos vio nacer.