Un concierto gozoso, de impetuosas sacudidas emocionales, fue el que ofreció el pianista Alexei Volodin la noche del sábado 11 de octubre en el Teatro Juárez de la capital guanajuatense, como parte del 42 Festival Internacional Cervantino.
Acompañado por la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY), conducida por su director artístico, Juan Carlos Lomónaco, el prestigioso intérprete ruso dio cuenta del Concierto para piano y orquesta No. 3 de Serguéi Rajmáninov.
En contraposición con la segunda obra de ese tipo escrita por el compositor eslavo, que -según se consigna en el programa de mano- se ha vuelto un «caballito de batalla» gracias a su frecuente programación, ésta es para público más exigente.
Se trata de una partitura potente y de notable exigencia técnica, con fuerte expresividad romántica, la cual se hizo muy popular a raíz del filme Shine, de 1996, (titulada en español como Claroscuro), en la que el personaje protagónico, un atormentado pianista, la tiene como pieza central de su quehacer musical e incluso llega al borde de locura en su intento de lograr a través de ella la perfección.
Nacido en 1977 en San Petersburgo, Alexei Volodin hizo una interpretación intensa e inolvidable, gracias a su amplio dominio técnico y virtuosismo, logrando establecer desde el principio de su actuación estrechos vínculos con el público que llenó el emblemático escenario.
Poderoso, dominante y entregado todo el tiempo, de las manos del pianista ruso, en interacción con el instrumento, irrumpieron sonidos vibrantes y estremecedores que se agolpaban en el pecho y se expandían por la piel.
Una marejada musical que transitó de la dulzura y la paz casi absolutas a pasajes explosivos y apasionados, febriles, sin dar tregua a la audiencia para reponerse de esos vaivenes sonoros y sensoriales.
Fue estar a ras de butaca, conmovidos y azorados de manera permanente, disfrutando de la grandeza y el derroche físico y emocional de este músico cuya más reciente grabación, aparecida en 2013, estuvo dedicada por completo a Rajmáninov.
Los tres movimientos de este concierto son de marcados contrastes entre lo sutil y lo desaforado, lo apenas perceptible y lo estridente, y en la ejecución de Alexei Volodin se tornó conmovedoramente dramática y ampliamente gozosa.
La Sinfónica de Yucatán realizó un trabajo pulcro y bien balanceado en cada una de sus secciones, con lo que logró establecer una inmejorable comunión con el pianista.
Al término de la pieza, el público, como si estuviera en trance, tardó unos segundos en saltar de las butacas para reconocer con ovaciones y aplausos prolongados la actuación del pianista ruso, quien debió regresar hasta en cuatro ocasiones al escenario a agradecer ese reconocimiento de la audiencia y, para corresponderla, obsequió como encore una dulce y tersa interpretación de un Nocturno de Federico Chopin.
Después de un intermedio, y aún con el eco de esa electrizante concierto esparcido por la atmósfera del Teatro Juárez, la Sinfónica de Yucatán culminó la velada con otra obra de Rajmáninov, su Segunda sinfonía, resuelta también con gran y disfrutable solvencia.