En el corazón de Octavio Paz se atesoraron y germinaron las tradiciones de muchas culturas, pero pocas como la japonesa, en la que encontró uno de los más ricos abrevaderos de tradición, filosofía, historia y belleza estética, que lo llevarían incluso a la creación de haikus y a traducir a autores como Matsuo Basho.
En una tarde donde los recuerdos sobre el profundo vínculo del autor de El laberinto de la soledad con la cultura y los autores de japoneses mantuvieron cautivos a los asistentes a la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, fue presentada la conferencia «Octavio Paz y Japón», a cargo del ensayista, poeta y editor Aurelio Asiain.
Un Octavio Paz enamorado de la tierra del sol naciente, primero a través de la literatura y después de manera directa a través de sus dos viajes a esa nación fue la primera referencia que mencionó Asiain para explicar las muchas obras, traducciones y ensayos en las que el escritor mexicano muestra a lo japonés como una llama ardiente de expresiones que influyeron en mucho a la cultura occidental.
Aurelio Asiain, quien comparte con Paz la fascinación por Japón, por haber vivido una década en aquel país, dijo que fue José Juan Tablada una de las primeras influencias en Paz para interesarse por Japón, además de las traducciones de Arthur Waley y Donald Keene, que le dieron una nueva perspectiva de esa cultura.
Esa influencia llegó al grado de que Octavio Paz iniciara la primera traducción del clásico haibun de Basho: Oku no Homosichi (Sendas de Oku), no solo al castellano, sino a una lengua occidental, gracias a la ayuda de Eikichi Hayashiya, un funcionario japonés que tradujo el Popol Vuh a dicho idioma.
«La mayor aportación de Tablada fue comprender que el haiku era más una aventura espiritual que una creación basada en el estilo, mostrando además su trascendencia para la cultura occidental. Cuando Paz identifica a Tablada como liberador de estas imágenes, se convierte al mismo tiempo en su sucesor».
Recordó que Paz le escribió desde la India a Alfonso Reyes que viajaría a Tokio, donde le dice que está tan excitado por el viaje que se sentía extraño de saber que próximamente escribiría desde aquel lugar.
«Paz llego a Japón en 1952 afirmando estar impresionado por el estado de prosperidad general, sin mendigos en las calles, diciendo que había mucha salud, limpieza y alegría en el rostro de Tokio».
Sin embargo, después de numerosos problemas, entre ellos el no contar con suficiente dinero debido a las trabas para que la burocracia japonesa reconociera sus credenciales diplomáticas, Octavio Paz se muestra desesperado por su situación en ese país.
«En una segunda carta a Alfonso Reyes, le habla de su infelicidad burocrática, diciéndole que los gastos han sido enormes, además de que los precios son increíbles y en el hotel en el que se hospedaba, no obstante estar en el centro de Tokio, lo devoraban los mosquitos, pidiéndole que hablara con el canciller Tello para decirle que no le alcanzaba el sueldo».
Comentó que, contrario a lo que han afirmado muchos estudiosos, de que la traducción de las Sendas de Oku, fue en realidad un encargo de Paz a Hayashiya, y que él revisaba sólo las notas, fue en realidad una traducción muy discutida entre ambos.
«Pocos saben que de ese interés común también surge la colaboración cultural, el resultado de Sendas de Oku, un libro que muchos japoneses conocen desde la primaria y es considerado un clásico vivo, es sorprendente».
Recordó que poco después, Hayashiya y Paz organizarían también una de las primeras exposiciones de arte japonés en México, para mostrar más ampliamente la riqueza de esa cultura.
Asiain afirmó que en 1970, para la segunda edición del libro, Paz incluyó algunas variaciones que enriquecieron los poemas, mostrando cómo su interés por la cultura japonesa se mantuvo intacto a lo largo de las décadas.
«Paz dijo que en el mundo moderno estamos inmersos en el mundo de la traducción de una lengua a otra y que, por otro lado, la poesía moderna buscaba formas de creación de poesía colectiva como en Japón».
Y agregó: «También los japoneses se bañan de forma colectiva de una forma ritual y Paz comparó esta costumbre con la de escribir su poesía en conjunto, Paz creía que estas obras eran un género que podía revolucionar el individualismo occidental, de ahí que mantuviera su interés por Japón y su cultura toda su vida».