Rinden homenaje a la soprano Conchita Valdés

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Conchita Valdés no sólo fue considerada una de las sopranos más virtuosas de su generación, sino además una de esas intérpretes camaléonicas que lo mismo podía interpretar obras de La Boheme, de Puccini, que mostrar su destreza técnica en obras como Pagliacci, de Leoncavallo o la llamada catedral del canto, Madame Butterfly.

En una noche de evocaciones donde la imagen en video tuvo un papel preponderante, fue realizado el homenaje a la cantante, gloria de la Ópera Nacional de Bellas Artes, quien a lo largo de las décadas se convirtió en una fuente de inspiración inagotable para innumerables generaciones de cantantes.

Bajo la guía del crítico y especialista musical Francisco Méndez Padilla, quien trató cercanamente a la cantante, fueron proyectadas diversas etapas de la trayectoria de la artista, comenzando por una de sus primeras actuaciones, en 1952, en el papel de Magdalena en la obra Andrea Chenier, de Giordano.

Acompañado del investigador Octavio Sosa, Padilla recordó que Conchita Valdés se distinguió también por sus sólidas actuaciones en la Cavalleria de Rusticana.

«Ella nació en el año de 1928 en la ciudad de México y desde muy temprana edad dio muestras de su talento para el canto, estudiando en el Conservatorio Nacional de Música con el maestro Felipe Aguilera, uno de los más importantes barítonos mexicanos, nacido en 1891, y quien fuera el primer intérprete de la ópera mexicana Tatavasco».

Recordó que Conchita Valdés en 1951 hace la audición convocada por la Ópera Nacional de Bellas Artes para la temporada de ese año, logrando participar en esa brillante temporada con un exitoso debut al lado del tenor Glauco Scarlini y el barítono Carlo Morelli.

«Ella gana una beca de la Secretaría de Educación Pública para tomar diversos cursos de perfeccionamiento en Roma, Italia, donde realiza diversas presentaciones para el público internacional, ella vuelve a México en 1953 para encarnar diversos papeles de primer nivel».

Durante la velada se proyectaron diversas escenas de las presentaciones más emblemáticas de Conchita Valdés, entre ellas L’Ampor dei tre Re, de Mascagni, en 1953,  además de su interpretación de Mimí en La Boheme, en 1957.

Asimismo, el público reunido en la Sala Manuel M. Ponce pudo escuchar su actuación como Nedda, en Pagliacci, además de Marina, en la obra Boris Godunov, de Mussorgski.

Finalmente, Francisco Méndez Padilla compartió con el público la memorable actuación de la soprano en Aida, culminando con la proyección de 1972 de Cavalleria Rusticana, donde interpretó a Santuzza.

«Sin duda una de las grandes artistas de su generación que nos legó a través de su canto todo un universo de matices y de inolvidables actuaciones que aun resuenan en la memoria de la ópera nacional e internacional».